domingo, 25 de julio de 2010

Tiempos maleables


La incertidumbre en algún momento termina, por lo general acaba en ese instante en el que la adrenalina fluye al sentir que algo está comenzando o concluyendo. El dolor pasa a medida que nos alejamos de ese hecho que nos lastimó. El amor se renueva día a día, y las ganas también. La voluntad se construye con la ambición y la eficacia dependerá de ambas.

El problema es que el tiempo quedó en el tiempo, fue un instante sólo por un momento.

Y así, jugando con las palabras quedan simplemente los recuerdos. No importa cuánto esfuerzo se haga, el ciclo vuelve a comenzar. Tengo la sensación de que todo en la vida está regido por ciclos. Uno siempre empieza, termina y vuelve a comenzar. Entre risas y llantos desordenados, nuestros nombres pasan a ser meros elementos de identificación con el otro y se esfuma la idea de que el decir “Yo soy fulanito” significa algo más.

El joven piensa en el aquí y ahora, e imagina un porvenir. El adulto comienza a aferrarse a la nostalgia intentando construir al mismo tiempo, un futuro más sólido para sí mismo y para sus hijos. El viejo sólo mira hacia atrás y, los más optimistas, disfrutan del tiempo “que les queda”.

Lo que no saben es que todos tienen algo en común: son protagonistas de su propio gran ciclo y sólo ellos mismos, es decir, nosotros mismos, somos capaces de cambiar de rumbo o de alargar la duración de ese círculo que ya sabemos, un día marcará su punto final.

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