El 19 de abril tomé esta
fotografía en la Escollera Sur, en Mar del Plata. Quizás fue la intuición
fotográfica, aunque lo más probable es que me haya sentido atraída hacia esas
ofrendas, hacia esa forma de decir adiós. La razón es tan trágica como simple: mi
papá falleció en febrero. Desde ese momento, o tal vez desde un tiempo
anterior, la cercanía con la muerte me llevó a prestarle más atención a este
tipo de lugares emblemáticos.
Arrojar las cenizas al mar
parece ser lo más adecuado en Mar del Plata. Él está ahí, imponente. Y la
mayoría de quienes confiesan que cuando les llegue la hora prefieren ser
cremados, aseguran que desean terminar allí, en esa inmensa compañía que
significa el mar para casi todos los marplatenses. Sumémosle que un gran
porcentaje de la población está compuesta por personas mayores a 70 años, lo
cual produce que la escena de una familia caminando por la escollera con una
urna, se convierta en algo extrañamente normal.
Casi cuarenta días después, en
ese mismo lugar, un señor falleció mientras intentaba esparcir las cenizas de
su esposa, cuando fue arrastrado por una ola. El hijo de ambos, de 11 años,
también cayó al mar, pero pudo ser salvado por quienes se encontraban cerca
suyo.
Insólito, trágico, irónico.
Esos conceptos sobrevuelan los comentarios. Algunos afirman que “ella se lo
quiso llevar”, como una suerte de romance eterno. Y en el medio, queda un nene
sin padres. Las causas de la muerte de ella se desconocen, pero las de él
fueron presenciadas por ese mismo chico, hoy bajo tratamiento psicológico y a
la espera de que la familia que le queda se lo lleve para volver a empezar.
¿Volver a empezar? ¿Cómo? Sólo queda vivir y, con los años, tratar de entender.
Perder a un padre jamás es
fácil. Lo más difícil, sin embargo, es cuando eso sucede de forma inesperada,
cuando todavía queda mucho por vivir, mucho por decir, mucho por pelear, mucho
por aconsejar. Aunque tengas la fortuna de encontrarte rodeado de amor, siempre
te va a faltar el abrazo irremplazable, necesario, perenne. Despertarte cada
día y recordar que no está, se convierte en una actividad cotidiana. Es en ese
momento cuando entra en juego la capacidad de tomar entre las manos los
recuerdos, muchos o pocos, e intentar conservarlos en algún lugar, donde sepas
que será más difícil que la memoria impredecible los retenga y no los deje
escapar. Y a partir de entonces, vivir. Y tratar de entender.