martes, 28 de mayo de 2013

Pensamientos extremos.

El 19 de abril tomé esta fotografía en la Escollera Sur, en Mar del Plata. Quizás fue la intuición fotográfica, aunque lo más probable es que me haya sentido atraída hacia esas ofrendas, hacia esa forma de decir adiós. La razón es tan trágica como simple: mi papá falleció en febrero. Desde ese momento, o tal vez desde un tiempo anterior, la cercanía con la muerte me llevó a prestarle más atención a este tipo de lugares emblemáticos.
Arrojar las cenizas al mar parece ser lo más adecuado en Mar del Plata. Él está ahí, imponente. Y la mayoría de quienes confiesan que cuando les llegue la hora prefieren ser cremados, aseguran que desean terminar allí, en esa inmensa compañía que significa el mar para casi todos los marplatenses. Sumémosle que un gran porcentaje de la población está compuesta por personas mayores a 70 años, lo cual produce que la escena de una familia caminando por la escollera con una urna, se convierta en algo extrañamente normal.
Casi cuarenta días después, en ese mismo lugar, un señor falleció mientras intentaba esparcir las cenizas de su esposa, cuando fue arrastrado por una ola. El hijo de ambos, de 11 años, también cayó al mar, pero pudo ser salvado por quienes se encontraban cerca suyo.
Insólito, trágico, irónico. Esos conceptos sobrevuelan los comentarios. Algunos afirman que “ella se lo quiso llevar”, como una suerte de romance eterno. Y en el medio, queda un nene sin padres. Las causas de la muerte de ella se desconocen, pero las de él fueron presenciadas por ese mismo chico, hoy bajo tratamiento psicológico y a la espera de que la familia que le queda se lo lleve para volver a empezar. ¿Volver a empezar? ¿Cómo? Sólo queda vivir y, con los años, tratar de entender.

Perder a un padre jamás es fácil. Lo más difícil, sin embargo, es cuando eso sucede de forma inesperada, cuando todavía queda mucho por vivir, mucho por decir, mucho por pelear, mucho por aconsejar. Aunque tengas la fortuna de encontrarte rodeado de amor, siempre te va a faltar el abrazo irremplazable, necesario, perenne. Despertarte cada día y recordar que no está, se convierte en una actividad cotidiana. Es en ese momento cuando entra en juego la capacidad de tomar entre las manos los recuerdos, muchos o pocos, e intentar conservarlos en algún lugar, donde sepas que será más difícil que la memoria impredecible los retenga y no los deje escapar. Y a partir de entonces, vivir. Y tratar de entender.

No hay comentarios:

Publicar un comentario