lunes, 10 de junio de 2013

Momento de definir.

Hay padres que dejan bastante que desear. Y hay hijos que se hacen a su imagen y semejanza. Sin embargo, la relación padre-hijo no es una cuestión matemática. Si tu padre es asesino, seguramente sufrirás pero no serás necesariamente un asesino. Si, en cambio, tu papá es Juan Carr, eso no significa que si y sólo si, te pases tus días haciendo caridad, aunque el modo en el que te criaron es probable que influya en tu personalidad. Si tu viejo es contador, abogado, economista o ingeniero, no importa. No quiero decir que haya una fórmula, nadie la conoce si es que existe. Aunque eso de que algo exista por sí solo sin que nadie lo haya creado, me suena raro. En fin, me voy de tema. Esa facilidad para dejarse llevar por las palabras muchas veces me trae problemas. Olvido lo que iba a decir, cuál era el objetivo y, mientras, me pierdo en lo que a veces es un personaje secundario: el contexto.
Lo que me inspiró a escribir, al menos hoy, es que se aproxima el día del padre. No soy fan del “día de…”, excepto cuando se trata del día del niño y mantengo la ilusión, siempre equivocada, de que mi madre todavía me considera en la eterna infancia que yo me preocupo por mantener viva.
Hace dos años que el día del padre se viene llevando el premio de los peores días del año. 2011. 2012. Ya fue, pasaron. Este en particular, 2013, me encuentra oficialmente sin papá. Y me voy a atrever a contradecir a muchos. Para mí, sí existe el padre perfecto. No hablo de personas perfectas, no hay ninguna. Me refiero al rol en sí mismo. Y acá va: el padre perfecto es aquel que hace todo lo posible por que a su hijo no le falte nada. No digo que lo logre, me inclino a que lo intente. Si lo consigue, mucho mejor. Y qué es “nada” se preguntarán algunos. Y, tan simple como complejo, la felicidad.
Siempre creí que le felicidad no era posible de distinguir durante un periodo extenso de tiempo. Es como una especie de señal, un instante en el que tu mente percibe que eso tan abstracto al fin se hace tangible. Quizás sea porque últimamente (y por ‘últimamente’ digo ‘los últimos 3 años’) esos instantes cada vez escasean más. Y acá, otra vez, me fui de tema.
Vuelvo. Y termino. Ojalá algún día entienda por qué no paramos de criticar a nuestros padres hasta que mueren. Y aparece el arrepentimiento, la culpa, la intriga de no saber por qué no les dijimos todo lo que hubiésemos querido. En este día del padre, mi único deseo es que aunque sea el 10% esté agradecido de que tiene la posibilidad de pasar el día con esa persona tan importante. Aunque no sea perfecta. De ese modo, puede ser que los que vamos a pasarlo solos no sintamos tanta impotencia, bronca, envidia. No sé, que no nos sintamos tan ASÍ.

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