viernes, 14 de junio de 2013

Verde selva.

Y si algún día me ves tocándome los pies, es que estoy comprobando que no sólo puedo volar. Algunas distancias se disfrutan mejor cuanto más se tarda en recorrerlas. Llegar caminando hace percibir más profundos los olores, más penetrantes las brisas. No importa el calzado sino el modo en el que posicionamos nuestro cuerpo frente al camino.

Alrededor todo es verde selva. Empiezo a sentir mi propia respiración como si fuera algo ajeno a mí. Veo todo del mismo color y me detengo  a preguntarme si no habré heredado el daltonismo. Cuando estoy a punto de darme por vencida, recuerdo. Sí, recordar te salva. Y sobre todo en situaciones en las que necesitas auto convencerte de que no estás solo, aunque sí lo estés físicamente.

Cuanto más me encorvo, más me acerco de nuevo a mis pies. Y recuerdo, otra vez, que todo tiene un sentido, una razón. Decido enderezarme porque, bueno, así debe ser. No sé cuánto tardaré en llegar al paraíso, que es el destino. Lo importante es que cuando llegue sea capaz de gritar, sin obstáculos en mi garganta, que todo valió la pena. Al fin. 

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