viernes, 14 de junio de 2013

Verde selva.

Y si algún día me ves tocándome los pies, es que estoy comprobando que no sólo puedo volar. Algunas distancias se disfrutan mejor cuanto más se tarda en recorrerlas. Llegar caminando hace percibir más profundos los olores, más penetrantes las brisas. No importa el calzado sino el modo en el que posicionamos nuestro cuerpo frente al camino.

Alrededor todo es verde selva. Empiezo a sentir mi propia respiración como si fuera algo ajeno a mí. Veo todo del mismo color y me detengo  a preguntarme si no habré heredado el daltonismo. Cuando estoy a punto de darme por vencida, recuerdo. Sí, recordar te salva. Y sobre todo en situaciones en las que necesitas auto convencerte de que no estás solo, aunque sí lo estés físicamente.

Cuanto más me encorvo, más me acerco de nuevo a mis pies. Y recuerdo, otra vez, que todo tiene un sentido, una razón. Decido enderezarme porque, bueno, así debe ser. No sé cuánto tardaré en llegar al paraíso, que es el destino. Lo importante es que cuando llegue sea capaz de gritar, sin obstáculos en mi garganta, que todo valió la pena. Al fin. 

miércoles, 12 de junio de 2013

Y al final del día ella recolectaba en su mente todo lo que había hecho. Apilaba los recuerdos, a veces los clasificaba por temas si se había tratado de una jornada atareada. Era casi un mecanismo automático. Apoyaba la cabeza en la almohada y sus pensamientos aparecían al instante.
Una noche eso no sucedió. Algo había cambiado. Ni siquiera el aroma que había quedado de la cena tenía sentido. Y encima, para su desgracia, ese día se le había acabado el chocolate, irremplazable fuente de placer.

Todavía sin poder dilucidar los motivos, se fundió en un sueño que sería tan profundo que iba a parecer eterno. Aunque tras despertar no iba a recordar nada, su inconsciente le dio las respuestas.
Ese día la rutina mecánica de su cerebro no había funcionado. En ese momento se dio cuenta, en medio de su sueño, que todo lo que había logrado en los últimos años había sido realmente importante. Cada minuto había valido. Cada día había sido clave para lo que había alcanzado después. Lo que nunca sabrá, porque jamás lo recordará, es que esa noche en la que su mecanismo no funcionó representará, por siempre y misteriosamente, la fecha a partir de la que podría descansar sin obstáculos, sabiendo que su mente ya había tocado su destino.  
El destino a veces es eso, algo tan trágico como inocente: poder descansar en paz.


lunes, 10 de junio de 2013

Momento de definir.

Hay padres que dejan bastante que desear. Y hay hijos que se hacen a su imagen y semejanza. Sin embargo, la relación padre-hijo no es una cuestión matemática. Si tu padre es asesino, seguramente sufrirás pero no serás necesariamente un asesino. Si, en cambio, tu papá es Juan Carr, eso no significa que si y sólo si, te pases tus días haciendo caridad, aunque el modo en el que te criaron es probable que influya en tu personalidad. Si tu viejo es contador, abogado, economista o ingeniero, no importa. No quiero decir que haya una fórmula, nadie la conoce si es que existe. Aunque eso de que algo exista por sí solo sin que nadie lo haya creado, me suena raro. En fin, me voy de tema. Esa facilidad para dejarse llevar por las palabras muchas veces me trae problemas. Olvido lo que iba a decir, cuál era el objetivo y, mientras, me pierdo en lo que a veces es un personaje secundario: el contexto.
Lo que me inspiró a escribir, al menos hoy, es que se aproxima el día del padre. No soy fan del “día de…”, excepto cuando se trata del día del niño y mantengo la ilusión, siempre equivocada, de que mi madre todavía me considera en la eterna infancia que yo me preocupo por mantener viva.
Hace dos años que el día del padre se viene llevando el premio de los peores días del año. 2011. 2012. Ya fue, pasaron. Este en particular, 2013, me encuentra oficialmente sin papá. Y me voy a atrever a contradecir a muchos. Para mí, sí existe el padre perfecto. No hablo de personas perfectas, no hay ninguna. Me refiero al rol en sí mismo. Y acá va: el padre perfecto es aquel que hace todo lo posible por que a su hijo no le falte nada. No digo que lo logre, me inclino a que lo intente. Si lo consigue, mucho mejor. Y qué es “nada” se preguntarán algunos. Y, tan simple como complejo, la felicidad.
Siempre creí que le felicidad no era posible de distinguir durante un periodo extenso de tiempo. Es como una especie de señal, un instante en el que tu mente percibe que eso tan abstracto al fin se hace tangible. Quizás sea porque últimamente (y por ‘últimamente’ digo ‘los últimos 3 años’) esos instantes cada vez escasean más. Y acá, otra vez, me fui de tema.
Vuelvo. Y termino. Ojalá algún día entienda por qué no paramos de criticar a nuestros padres hasta que mueren. Y aparece el arrepentimiento, la culpa, la intriga de no saber por qué no les dijimos todo lo que hubiésemos querido. En este día del padre, mi único deseo es que aunque sea el 10% esté agradecido de que tiene la posibilidad de pasar el día con esa persona tan importante. Aunque no sea perfecta. De ese modo, puede ser que los que vamos a pasarlo solos no sintamos tanta impotencia, bronca, envidia. No sé, que no nos sintamos tan ASÍ.

martes, 28 de mayo de 2013

Pensamientos extremos.

El 19 de abril tomé esta fotografía en la Escollera Sur, en Mar del Plata. Quizás fue la intuición fotográfica, aunque lo más probable es que me haya sentido atraída hacia esas ofrendas, hacia esa forma de decir adiós. La razón es tan trágica como simple: mi papá falleció en febrero. Desde ese momento, o tal vez desde un tiempo anterior, la cercanía con la muerte me llevó a prestarle más atención a este tipo de lugares emblemáticos.
Arrojar las cenizas al mar parece ser lo más adecuado en Mar del Plata. Él está ahí, imponente. Y la mayoría de quienes confiesan que cuando les llegue la hora prefieren ser cremados, aseguran que desean terminar allí, en esa inmensa compañía que significa el mar para casi todos los marplatenses. Sumémosle que un gran porcentaje de la población está compuesta por personas mayores a 70 años, lo cual produce que la escena de una familia caminando por la escollera con una urna, se convierta en algo extrañamente normal.
Casi cuarenta días después, en ese mismo lugar, un señor falleció mientras intentaba esparcir las cenizas de su esposa, cuando fue arrastrado por una ola. El hijo de ambos, de 11 años, también cayó al mar, pero pudo ser salvado por quienes se encontraban cerca suyo.
Insólito, trágico, irónico. Esos conceptos sobrevuelan los comentarios. Algunos afirman que “ella se lo quiso llevar”, como una suerte de romance eterno. Y en el medio, queda un nene sin padres. Las causas de la muerte de ella se desconocen, pero las de él fueron presenciadas por ese mismo chico, hoy bajo tratamiento psicológico y a la espera de que la familia que le queda se lo lleve para volver a empezar. ¿Volver a empezar? ¿Cómo? Sólo queda vivir y, con los años, tratar de entender.

Perder a un padre jamás es fácil. Lo más difícil, sin embargo, es cuando eso sucede de forma inesperada, cuando todavía queda mucho por vivir, mucho por decir, mucho por pelear, mucho por aconsejar. Aunque tengas la fortuna de encontrarte rodeado de amor, siempre te va a faltar el abrazo irremplazable, necesario, perenne. Despertarte cada día y recordar que no está, se convierte en una actividad cotidiana. Es en ese momento cuando entra en juego la capacidad de tomar entre las manos los recuerdos, muchos o pocos, e intentar conservarlos en algún lugar, donde sepas que será más difícil que la memoria impredecible los retenga y no los deje escapar. Y a partir de entonces, vivir. Y tratar de entender.