Hay padres que dejan bastante que
desear. Y hay hijos que se hacen a su imagen y semejanza. Sin embargo, la
relación padre-hijo no es una cuestión matemática. Si tu padre es asesino,
seguramente sufrirás pero no serás necesariamente un asesino. Si, en cambio, tu
papá es Juan Carr, eso no significa que si y sólo si, te pases tus días
haciendo caridad, aunque el modo en el que te criaron es probable que influya
en tu personalidad. Si tu viejo es contador, abogado, economista o ingeniero,
no importa. No quiero decir que haya una fórmula, nadie la conoce si es que
existe. Aunque eso de que algo exista por sí solo sin que nadie lo haya creado,
me suena raro. En fin, me voy de tema. Esa facilidad para dejarse llevar por
las palabras muchas veces me trae problemas. Olvido lo que iba a decir, cuál
era el objetivo y, mientras, me pierdo en lo que a veces es un personaje
secundario: el contexto.
Lo que me inspiró a escribir, al
menos hoy, es que se aproxima el día del padre. No soy fan del “día de…”,
excepto cuando se trata del día del niño y mantengo la ilusión, siempre
equivocada, de que mi madre todavía me considera en la eterna infancia que yo
me preocupo por mantener viva.
Hace dos años que el día del
padre se viene llevando el premio de los peores días del año. 2011. 2012. Ya fue,
pasaron. Este en particular, 2013, me encuentra oficialmente sin papá. Y me voy
a atrever a contradecir a muchos. Para mí, sí existe el padre perfecto. No hablo
de personas perfectas, no hay ninguna. Me refiero al rol en sí mismo. Y acá va:
el padre perfecto es aquel que hace todo lo posible por que a su hijo no le
falte nada. No digo que lo logre, me inclino a que lo intente. Si lo consigue,
mucho mejor. Y qué es “nada” se preguntarán algunos. Y, tan simple como
complejo, la felicidad.
Siempre creí que le felicidad no
era posible de distinguir durante un periodo extenso de tiempo. Es como una
especie de señal, un instante en el que tu mente percibe que eso tan abstracto
al fin se hace tangible. Quizás sea porque últimamente (y por ‘últimamente’
digo ‘los últimos 3 años’) esos instantes cada vez escasean más. Y acá, otra
vez, me fui de tema.
Vuelvo. Y termino. Ojalá algún
día entienda por qué no paramos de criticar a nuestros padres hasta que mueren.
Y aparece el arrepentimiento, la culpa, la intriga de no saber por qué no les
dijimos todo lo que hubiésemos querido. En este día del padre, mi único deseo
es que aunque sea el 10% esté agradecido de que tiene la posibilidad de pasar el
día con esa persona tan importante. Aunque no sea perfecta. De ese modo, puede
ser que los que vamos a pasarlo solos no sintamos tanta impotencia, bronca,
envidia. No sé, que no nos sintamos tan ASÍ.